El Saber poético no anida en el autor. Para que se pueda manifestar, el poeta tiene que desaparecer, debe de morir. No es sino con su tachadura que la verdad puede emerger. Es lo primero que hace Jesús Soria en Metasilencio. No hay otra forma de ir allende el sentido: matar la palabra para liberarlo. La palabra se vuelve poema. La muerte del autor es el título que sirve de pórtico de entrada al poemario. Cuando el autor calla, el poema habla. Al modo pitagórico, se impone la elocuencia del silencio como único camino sin retorno: —Habiendo partido de casa, no vuelvas atrás, porque las furias serán tu compañía— escribirá en un verso el filósofo Pitágoras de Samos, fundador en Crotona de la llamada —escuela del silencio— (los acustici —los candidatos—, debían de pasar un período de entre 3 y 5 años de estricto silencio para llegar a ser Mathematici, durante el cual no podían ver a su maestro, que permanecía oculto detrás de una pantalla. Solo podían oír su voz. ¿Acaso estaba diciendo en el decir el filósofo de Samos que se trata de un saber sin sujeto? —??? pa??e?? ed? p?? de? ???e? ?e? et??a—, escribiría Platón en el frontispicio de la academia: –No entre aquí quien no sepa geometría— )—. Para el maestro de Samos —y Platón—, el número burla lo imaginario y atraviesa el sentido. El número es poético. En el poema, la palabra adviene poética cuando se libra también del sentido, —mata lo real—, sólo así puede emerger un saber nuevo. (El lugar del saber —el inconsciente—, es poético). Ni todos los poemas hablan, ni todos los autores están dispuestos a sacrificarse en pos de ese saber. El horror a la muerte es el horror a la castración. Jesús Soria no sólo lo sabe y lo actúa, sino que también lo sostiene: es valiente y claro. El texto que le invitamos a leer es testimonio. La poesía, como todo saber, tiene mucho de sacrificio, pero también la osadía de exigir al lector, que, sin compasión, no deja de poner a prueba.