En el azul del río es un ensayo sobre la fractalidad de la subjetividad del hombre. El autor sostiene que la existencia humana consiste en un (des)encuentro estructural en tanto carga con la insoslayable verdad de una marca que le da estatuto. Excisión que tiene un coste: la soledad. El autor reflexiona sobre el desconocimiento estructural y la búsqueda de las coordenadas vitales del sujeto: La carretera es como la vida, uno nunca sabe en qué milla está, ni cuánto le falta para terminar, dice William, personaje central de la novela. La vida de los personajes -del sujeto-, queda definida por dicho saldo y el sentimiento de no pertenecer a ninguna parte, ejes cartesianos que determinarán, o al menos eso esperan, el punto en que se localizan. Ciertamente, la búsqueda de lo perdido marca toda partida, el regreso lo precipita la ilusión de un encuentro. Regreso por carretera de Eusebio, desde Washington D.C. a Jacaltenango, Guatemala, y al mismo tiempo de William a través de su historia. Sus vidas, como la historia, transcurren en un profundo invierno, y es ahí donde se va tejiendo un inesperado lazo de amistad entre dos personajes sin afinidad aparente. Ignorando que no tiene más casa que sí mismo, el sujeto humano, sostiene el autor, es un eterno emigrante que siempre parte y siempre desea regresar. En la novela también se ocupa el autor de la repetición, a modo de encuentro, con un objeto mítico perdido en el origen, en la que consiste el acto de vivir: Y que entonces su vida -pensó William-, era un constante pasado. Es aquí que reside la eficacia de las rupturas (la de William con su prometida), y las separaciones (la de Eusebio con su familia y su pueblo). Rupturas, separaciones, divorcios: referentes de la soledad que se erigen paradójicamente como potente fuerza de unión: Eusebio está muy solo por acá, y yo también lo estoy. Y eso seguro que nos une -dice William-. Todos estamos solos, concluirá Fullerton. Muerte y pérdida, ruptura y corte, es la verdad de la falta que precipita la partida y marca toda búsqueda. Morir una y otra vez hasta pulir la piedra de la vida. Es así que William, (pero también Eusebio), encuentra en el sinsentido de sus días la flama que lo mueve a través de su propia historia y del destino que está impreso en ella. Y concluye: la vida no consiste en la acumulación discreta de experiencias arbitrarias, sino que lo que se llama destino es el cuño de un deseo paradójico y contradictorio al mismo tiempo. Ahora bien la pasión de ser y/o de pertenecer lo aboca al marasmo y la muerte. Una y otra -William y Eusebio, ser y pertenecer- cuestan la vida. Destino final de Eusebio.