El mundo que concebimos hoy, tras estos años, no tiene parangón en la ciencia. Las temibles visitas de unos seres conocidos como termitas se incrustan en el cerebro de la población y, durante unos interminables minutos, se adueñan del organismo. Estas visitas se suceden entre cuatro y diez veces cada día. No avisan. No dejan títere con cabeza dentro del cuerpo. Los gobiernos, temerosos de lo que pueda suceder, deciden limitar los víveres y la electricidad. La mente se va atrofiando con cada visita y la personalidad de los receptores va cambiando. Mengua. Limita. Aniquila el cerebro. Cada ataque es peor que el anterior. Es como si te arrebataran una parte de ti cada vez con más y más inquina. Solo cabe rezar muy alto para que no muramos de inanición o, sencillamente, por usurpación de la mente.