No se escribe para demostrar y mucho menos, para superar un proceso pedagógico: se escribe para entender, para perdonar, para pactar con el mundo y con sus desvelos, para interpelar, para despedir a quien ya no está y para amar. Quienes firman estos textos lo saben, porque lo han vivido. [ ] Hay algo que no puedo explicar con palabras, porque necesitaría, yo también, poner el cuerpo: es emocionante escuchar las risas, las respiraciones, los silencios, profundos, evocadores, que surgen alrededor de la génesis de un texto teatral. Convertir el aula en un espacio seguro para desafiar nuestro conocimiento de las cosas, nuestro pudor, es una tarea comprometida y paradójica: cuánto de nosotros está en lo que escribimos, y qué importante es comprender que apenas somos canal para la emoción y la expresión, que lo que está en juego es lo que siente el receptor. Para saltar alto, la colchoneta tiene que ser gruesa y estar bien colocada. Somos lo que intentamos, y nadie puede quitarnos la cervantina gloria del intento. Itziar Pascual