En un tiempo marcado por la fragmentación de certezas, la proliferación de discursos contradictorios y la creciente desconfianza hacia las instituciones, hablar de verdad parece un acto audaz, incluso provocador. Más aún cuando nos atrevemos a afirmar que la verdad —entendida como horizonte,como fundamento y como bien común— no es solo una cuestión filosófica o teológica, sino una dimensión profundamente social, encarnada en nuestras prácticas,discursos y estructuras. Este número pone de manifiesto la necesidad de la verdad como base y fundamento de la sociedad en la que vivimos. No se trata de una verdad abstracta o desencarnada, sino de una verdad buscada, tejida en la historia, mediada por nuestras palabras, nuestras acciones y nuestras decisiones colectivas. En ese sentido, la construcción social de la verdad no significa que la verdad sea una invención o una manipulación del consenso, sino que su acceso, su reconocimiento y su encarnaciónNrequieren procesos humanos, comunitarios y éticos. Solo en la verdadNde la persona y de la comunidad es posible abrirse a la Verdad absoluta, que no es una idea, sino una Persona: Jesucristo.