En un mundo profundamente marcado por la incertidumbre, la fragilidad de las relaciones humanas y la exclusión de los más vulnerables, el anuncio de la esperanza cristiana se vuelve más necesario que nunca. Vivimos tiempos complejos: la crisis ecológica, las guerras, el aumento de las desigualdades, el drama de las migraciones forzosas, la soledad no deseada, la precariedad vital todo ello conforma un paisaje humano que parece desafiar frontalmente la idea misma de esperanza. Y, sin embargo, es precisamente en medio de este panorama de sombras donde la Iglesia está llamada a levantar su voz, a testimoniar, con humildad y convicción, que hay motivos para esperar. El Año Jubilar de 2025, convocado por el Papa Francisco e impulsado por León XIV bajo el lema «Spes non confundit» («la esperanza no defrauda»), es una invitación a reavivar en el corazón de los cristianos una virtud que brota del encuentro con el Dios vivo, que transforma el corazón, ensancha la mirada y renueva la historia. No se trata de una esperanza ingenua, ni de una actitud meramente emocional, sino de una fuerza teologal que nos impulsa a vivir de otro modo, a construir comunidad, a comprometernos con el sufrimiento ajeno, a trabajar por un mundo más justo y fraterno.