Este libro se propone describir la toma de posesión, en el sentido literal del término, de la persona del lector. Querría modestamente -pues el reto depende de la apuesta- dar cuenta de la conmoción progresiva y porfiada, del rapto ejercido casi sin saberlo por una obra semejante sobre su lector.
La primera vez que leí con algún detenimiento el Quijote, mi asombro y mi irritación fueron aumentando al tiempo que progresaba la lectura. Cada vez más perpleja y desorientada por esta serie de aventuras aparentemente absurdas, me pregunté qué había podido originar la repercusión y la universalidad de esta obra.
Sin embargo la seducción fue enorme y operó hasta tal punto que acabé la lectura de la novela totalmente conmovida, habiendo dado un giro de ciento ochenta grados sobre mí misma y sintiéndome por otro lado extrañamente implicada, pero sin llegar a discernir por qué. Decidí a mi vez dar rienda suelta a Rocinante y seguirlo, atenta a los ecos más remotos que sus andanzas a través de las llanuras de Castilla despertaran en mí.