Una sociedad poscristiana corre el peligro de olvidar los valores que han articulado durante siglos su estilo de vida y la han hecho avanzar con éxito a través de las vicisitudes de la historia. Justamente es en ese contexto donde la tradición moral puede desplegar toda su potencialidad: aporta elementos que han sido probados a lo largo del tiempo y que, en consecuencia, han servido para proteger el bien común frente a los intereses particulares, tantas veces espurios, que dividen y separan. Un compendio de moral católica tiene, por tanto, sentido, y más si reúne lo perenne de la fe para convertirse en una propuesta de alcance universal. Es así como podrá contribuir a la consecución de la verdad, el bien, la justicia y la belleza que comparte con la rica familia humana.