Los actores arrastran a lo largo de toda su vida una sombra muy distinta a la del resto de los seres humanos. Las suyas está moldeadas por los personajes que han constituido la cima de sus carreras cinematográfica. Aquellos papeles que son algo más que el resultado de una buena interpretación. Aquellos a los que el tiempo sólo les afecta para engrandecer su leyenda. Nacieron para ser inmortales y para hacer inmortales a los actores que los encarnaron. ¿O es al revés? Poco importa, porque todos juntos componen una hermosa galaxia de seres legendarios. Y todos soportan una sombra de la que jamás podrán desprenderse, e incluso, en el peor de los casos, puede llegar a anularles. ¿O es que acaso fue capaz Malcolm Mc Dowell de desligarse del recuerdo de Alex de Large, el perturbado protagonista de La naranja mecánica? ¿O Johnny Weissmuller de la piel de Tarzán? ¿O Linda Blair de Regan, la niña poseída de El exorcista? ¿O Bela Lugosi de Drácula, origen de una relación vampírica que acabó por aniquilarle. Son sólo cuatro ejemplos de la legión de intérpretes sepultados por la clamorosa popularidad de una criatura concebida desde la imaginación o la realidad. Puro mito. La sombra del actor se adentra en el panteón de los personajes cinematográficos, un fascinante puzzle de gestos y miradas que ponemos a su disposición en orden cronológico. Desde Charlot, el conmovedor vagabundo que nos hizo sonreír con sus ocurrencias de clown callejero, hasta Maximus, el héroe épico de Gladiator, pasando por el capitán Bligh (Rebelión a bordo), Scarlett O'Hara (Lo que el viento se llevó), Rick Blaine (Casablanca), Tom Ripley (A pleno sol) o Vivian Ward (Pretty Woman), por las páginas de este libro desfilan los personajes más icónicos de la historia del cine. Aquí están presentes los imprescindibles, los elegidos, aquellos personajes que tienen asegurado un puesto en el Olimpo. Son todos los que están, pero no están todos lo que son. Pero, sin duda, en La sombra del actor disponemos del más atractivo de los repartos posibles.