Una flecha en el ojo. Un cadáver en la plaza. El inspector Germán de la Riva y su equipo se enfrentan al crimen más extraño de sus carreras: un asesinato quirúrgico, limpio, casi ceremonial. El asesino no huye, observa. Y firma sus crímenes con palabras sagradas: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Se hace llamar El Predicador. La subinspectora Julia Adams comienza a desdibujar la línea entre el cazador y la presa. En una Sevilla, donde la fe se mezcla con la culpa, nada es lo que parece. Y el mayor peligro no está en la flecha sino en la idea que la impulsa.