Deslindes. El título no solo evoca la existencia de una línea divisoria, sino la operación, necesaria, de señalar su
localización precisa. Deslindar no es, a fin de cuentas, sino tomar conciencia de que existen límites, aceptarlos y actuar en
consecuencia. Sabernos limitados produce inevitablemente melancolía, pero puede ser también -lo es en este libro de Santiago
A. López Navia- una invitación a vivir intensamente en el territorio que tras el deslinde queda determinado como irrenunciablemente nuestro. Hablamos aquí -habla aquí el poeta- no tanto del espacio como del tiempo. La linde que el
poeta está pisando en este libro es la que marca la entrada en el manriqueño arrabal de senectud: es el momento, entonces,
de inventariar, de hacer balance, de resignarse estoicamente a despedirse de lo que se tuvo, pero también de hacer acopio de
energía para afrontar, con fuerzas renacidas, la última etapa del camino. César Rodríguez de Sepúlveda