Los hermanos Lumiere afirmaron que el cine era un invento sin futuro. De hecho, en sus albores muchos lo consideraban
un simple espectáculo de feria. Sin embargo, algunos -pocos al principio- vieron su enorme potencial y pensaron que estaba naciendo un nuevo medio de comunicación artística. El problema no sólo era cómo sacarle partido, sino también cómo equipararlo con las antiguas Bellas Artes. Ciertos cineastas vieron en el teatro el ejemplo a seguir. Otros estimaron que, por derivar de la fotografía, el cine era básicamente un medio iconográfico, pero al no poseer una tradición lo suficientemente amplia como para poder buscar en ella las referencias artísticas necesarias, el séptimo arte debería buscar su inspiración en un lenguaje milenario que también usaba signos icónicos: la pintura.
Así, desde su nacimiento, numerosos realizadores han utilizado de diversas maneras los recursos pictóricos. Por ello, la relación entre el cine y la pintura ha sido uno de los temas que más ha llamado la atención a los estudiosos del cine desde sus inicios. Reflexionaron sobre el tema, entre otros, lean Mitry, André Bazin, Rudolf Arnheim, Erwin Panofsky y Arnold Hauser, aunque sin profundizar demasiado. No obstante, hasta los ochenta no se produjo la auténtica eclosión de la bibliografía dedicada a las conexiones entre el cine y la pintura.