El fi nal del castillo resulta tremendamente revelador. Kafka murió en 1922 de tuberculosis antes de acabarlo, por eso la historia se
interrumpe son más, en mitad de una frase que queda a medias. Pero al mismo tiempo ese fi nal representa magnífi camente lo que es la novela, un laberinto infi nito y absurdo que el protagonista-y junto a él, el lector-recorre cada vez más confundido, donde cada pregunta genera una nueva pregunta, donde cada línea argumental genera numerosas ramifi caciones, y del que parece imposible salir. La obra comienza cuando el protagonista K. llega una noche a una aldea para ocupar el cargo de agrimensor, antigua profesión de delimitar las tierras. El pueblo está dominado por un castillo, que es más bien un conjunto de casas donde reside la autoridad y de donde emanan las leyes y normas que marcan la convivencia y vida de los vecinos. La estancia de K. en el pueblo pronto se convierte en una pesadilla. Como el resto de vecinos, K. se ve atrapado por una serie de leyes y deberes absurdos que ni siquiera conocen. EL castillo se lee como una crítica contra el poder frente al administrado, de la ley omnipotente que aplasta con expedientes y jerarquías de funcionarios interminables a los individuos pasivos, a los que no les queda otra que acatar las órdenes aunque no las entiendan. Aquí se presenta la nueva versión restaurada de El castillo, realizada por un equipo internacional de expertos sobre manuscritos originales y las notas de Kafka, que revela por primera vez el pensamiento real del gran autor, independientemente de los errores y omisiones de las versiones anteriores de Max Brod.