El lector tiene ante sus ojos una narración heterodoxa, aunque clásica según la definición stendhaliana. Toda una paradoja, porque se trata de una novela escrita a veinte manos, iniciada a imitación del "cadáver exquisito" surrealista, pero recorrida por una gran unidad argumental frente al paisaje de una ciudad en destrucción. En nuestro caso, el único cadáver -nada exquisito- que pasea por estas páginas es la urbe asesinada por la rapiña de unos cuantos y por la indiferencia de la mayoría. En este sentido, la ciudad de este libro es cualquier ciudad, y la historia que aquí se relata posee una universalidad sorprendente.