Amo las palabras y a veces, ellas me corresponden. Ayudan siempre a construir una vida y una intimidad. El amor a las palabras necesita apoyarse en una voluntad de respeto: son corazones vivos que mueve la emoción y que al ser pensada nos pacifica.
Probé el poema largo en Poema de la huida y el poema corto en El canto del perro y los poemas del gato de Montaigne. Siempre he considerado la poesía como el gran teatro del lenguaje. Shakespeare decía que la poesía más verdadera era la más fingida; y en Suave la noche que me lleva y en El buscador de poesía confronté fingimiento y verdad mezclando voces, ritmos y estéticas diferentes. Claro que no solo he escrito poesía. Me inicié en el teatro donde aprendí que tomarse en serio es equivocarse, volverse metálico, y que la alteridad es no ser nosotros mismos. El guapo, El cobrador, Europa Hogar y Pabellón de caza (Teatro escogido, Ñaque editorial) son algunas de mis obras. También probé la prosa en De la costumbre y otros asombros, obra en la que me pregunto cómo es posible que siendo tan insatisfactoria como la costumbre es, nos dejamos regir por ella. ¿Poética? Yo me sumo a todos aquellos que opinan que lo importante es leer mucho y leer bien; y no nos engañemos, en la práctica, la literatura en general y la poesía en particular, es belleza de expresión.