En la ya lejana fecha de 1990, al preparar la edición de las Cartas de Juan Sin tierra de José María Blanco White, desde cuyas páginas tan crítico se manifestó con la obra de las Cortes de Cádiz, concebí la idea de escribir alguna vez una crítica moderna de la Constitución de 1812 que, superando los viejos tópicos románticos, pudiera servir para una mejor comprensión de su significado, aquejado de tantas inexactitudes e incoherencias'.
Máxime cuando, en un momento como el presente, con la obsesión existente por las "historias de la identidad", con tanta frecuencia se está cayendo en el espejismo de creer que la Constitución de 1812 fundó la "civilización política" gracias a la cual la España contemporánea se hace inteligible. Que no otra cosa se desprende de la construcción de un discurso en el que la Constitución de Cádiz se presenta no sólo como exponente de la identidad nacional sino como sujeto principal del devenir histórico. Para emprender esta no fácil tarea me pareció imprescindible desde el primer momento que, previamente, había que acometer el trabajo de una edición anotada y explicativa de lo que Isidoro de Antillón, amigo y compañero del mismo Blanco cuando ambos fueron editores del Semanario Patriótico, llamó "las preciosas páginas de nuestra Constitución política'". La mera necesidad de aclarar con la mayor sencillez posible para cualquier público este capítulo excepcional de la historia de España, que condiciona la genealogía a nuestro Estado liberal, la justificaba de sobra.
Pero los años han transcurrido con una velocidad de vértigo y mil cosas pequeñas me han apartado de este objetivo. Pensé entonces y lo mismo continúo pensando ahora que, siguiendo las mismas pautas criticas del propio "Juan Sintierra" -"una cabeza llena de manías y de cavilaciones democráticas", según el decir de Jovellanos- convendría dar una visión contrastada de lo que realmente fue la Constitución de Cádiz y de su verdadera trascendencia. Pues nunca como hoyes más urgente evitar caer en una loa más del "Código Sagrado" en cuanto estructura de legitimación y paradigma de un nuevo Estado que más que liberal, en los fastos del bicentenario, se quiere presentar hasta como democrático, cuando, verdaderamente, "poca sustancia" es la que existe en el texto para esta consideración). En absoluto podemos inventar un pasado que nunca existió, ni tampoco comulgar con muchos de los tópicos románticos que con el paso del tiempo se han ido agregando. Todo lo cual nos aboca a que tengamos que tener en cuenta en el bicentenario de la Constitución el consejo que dio Antonio Machado con motivo del primer centenario: el de que "luchemos por libertamos del culto supersticioso del pasado?